lunes, 2 de febrero de 2009

Números, realidad y miedo

















Siempre he sido, incluso en las asignaturas cuyos exámenes consistían en la resolución de ejercicios, más de comprender y aplicar teorías, que de resolver mecánica y metódicamente los problemas. Cuando en Matemáticas o Física el método más habitual para aprobar era la memorización de los pasos necesarios para realizar cada ejercicio, yo perdía horas y horas descifrando las demostraciones matemáticas de los teoremas, reflexionando sobre los conceptos implicados (límite, derivada, integral, tangencia, infinito...) y, en consecuencia, fijándome muy poco en la precisión numérica del desarrollo del ejercicio. Las matemáticas, y la física, siempre me han parecido tan interesantes a nivel conceptual, como farragosas y aburridas a nivel algebráico y cuantitativo.
Para muchos, esta actitud respecto a las herramientas de cálculo es innecesaria para un arquitecto, pero en mi opinión el tipo de pensamiento que necesitamos en nuestra profesión no es meramente operativo y resolutivo, si no que es necesario preguntarse el por qué de ciertos procesos, si de verdad queremos manejarlos con creatividad, reinventarlos, ponerlos en duda y llevarlos más lejos. El ejemplo más claro de lo que quiero decir es el cálculo de estructuras, disciplina que durante la carrera me gustaba mucho pese a haberla terminado sin siquiera haber rozado la verdadera potencialidad y profundidad de dicha materia: no se trata únicamente de manejar fórmulas empíricas y aplicar resistencias e inercias tabuladas, pues lo que más me interesaba era la ley microcósmica subyacente. ¿Qué es lo que hace que las partículas se mantenga unidas bajo determinadas condiciones, y se fracture su unión ante determinados esfuerzos? Eso es algo que nunca llegaron a explicarnos, porque el cálculo de estructuras que nos enseñaban era una asignatura meramente experimental y no (más o menos) "teleológica". En realidad, las grietas que aparecen en el hormigón en determinadas circunstancias, son expresión de propiedades de "lo real" que están más cerca de lo místico que de lo ingenieril.
El puto pegamento de los átomos, que a nosotros como arquitectos nos la trae al pairo, es en realidad una de esas cuestiones absolutamente fundamentales para la comprensión y el manejo del universo en el que nos movemos, y las casas que proyectamos. Este domingo de gominolas, café y mantita, pasé la tarde y noche dovorando documentales y webs de mecánica cuántica, teoría de cuerdas e historia de la ciencia. Sobra decir que apenas he entendido nada: el material más orientado al espectador de a pié ("Y tú que sabes 2", "El universo elegante", "Cosmos"...) peca de simplista y efectista, y los más cinetíficos son sencillamente indescifrables. Y además, si algo está claro es que por ahora el ser humano apenas sabe nada sobre la naturaleza última de la materia.
Fijaos por ejemplo en este sencillo video, que explica muy bien el celebérrimo experimento de la doble rendija, y que podría ser un maravilloso yotube de ciencia ficción de no ser porque se trata de algo tan mágico y misterioso, como real. ¿No es desconcertante y cercano al más oscuro ocultismo? A mí, personalmente, estas cosas me ponen los pelos de punta, y mi forma de pensar es muy cercana a la de los científicos que suelen aparecer en esos documentales: a ellos tambien les resulta muy frustrante habitar un mundo cuyas leyes últimas son tan precisas y complejas, como angustiosamente incomprensibles. Y lo digo porque, desde la ignorancia y la soberbia de la fastuosas tecnología que nos rodea (desde las bombillas a los superconductores), tendemos a pensar que manejamos la naturaleza a nuestro antojo, cuando en realidad no sabemos absolutamente nada. Lo cual es toda una jodienda: al igual que a los físicos, a mí eso me parece una sumisión ante el universo que no estoy dispuesto a aceptar.
Con lo cual: hubiese aprovechado mejor el domingo si me hubiese dedicado a estudiar el puñetero carnet de conducir. Para más inri, terminé el maratón audiovisual devorando el documental de Iker Jiménez sobre Chernobyl, auténtica pesadilla deprimente que todos deberíais ver aunque, en mi opinión, es mucho más interesante e "in your face" el programa de Discovery Channel sobre el fatídico accidente. Lo que pasó ese día en la ciudad ucraniana de infausto recuerdo, es de traca, y lo peor es que no sabemos ni la mitad. Os recomiendo que lo veáis, y no os escudéis en que os da mal rollo y escalofríos (que los da, vaya si los da) , porque cualquier día nos despertamos con los ojos llorosos, sabor metálico en la boca y minúsculas llagas en nuestra piel: está de moda decir, ecológica y sosteniblemente, que la energía atómica quizás sea la solución definitiva, pero miraos estos documentales para haceros una idea de los peligros que implica.
Y nada. Buen rollo para empezar la semana.