domingo, 22 de febrero de 2009

La Ley





















Razones para odiar a Dalí, hay todas las del mundo: su papel de payasito mediático de los surrealistas, lo poco coherente de su relación con el poder, los circos que montaba en torno a su grotesca figura, la apropiación que de él ha hecho cierto catalanismo burgués (a un Boadella, un Mariscal o un Maragall se les llena la boca con la supuesta y trascendente catalanidad de Salvador) y, más que cualquier otro defecto, su tendencia a quedarse más con lo ocurrente que con lo importante. Dalí despierta la sospecha de que sus excentricidades responden más a una voluntad de producir un "shock" mediante la sorpresa, que a una auténtica e individual búsqueda artística.
Siendo un adolescente romántico, me enervaba la carencia de emotividad confesional en su pintura. Como joven "progre", no le perdonaba la frivolidad de su actitud respecto a las liturgias y sacramentos del psicoanálisis. Y como aficionado al arte, su estética me ha parecico con frecuencia la de un virtuoso trécnicamente irreprochable al servicio de la producción de posters para habitaciones de universitarios, imágenes impactantes pero escasamente consistentes.
Con el tiempo, sin embargo, me lo he ido encontrando en ámbitos que me interesan mucho y en los que, silenciosamente y ejerciendo de "secundario de lujo", Dalí me ha demostrado tener un estar en el mundo muy complejo y maduro: su interesantísima y asexuada relación con Gala (desconcertante , fascinante y subversiva en tiempos tan hipersexualizados como los presentes), el modo personal e inteligentísimo con el que adelantó a los surrealistas por la derecha, el desconcierto de sus referencias al diván y el ensueño, lo adelantado que estuvo a Warhol en la mutación del arte en sujeto de mercado...y muchas otras cosas. Ahora que ando enfrascado en (ejem) el misterio religioso, se ha renovado mi afición por su persona al comprobar lo profundamente geométrico y matemático de muchas de sus composiciones. Concretamente, su muy mística, masónica y cerebral fidelidad a las reglas de proporción que se derivan del número Φ.
Bien. A todos nos resulta familiar dicha imaginaria cifra gracias a (o por culpa de) la frivolité aquella de El código Da Vinci, y la celebérrima Serie de Fibonacci. Me gustaría poder decir que como arquitectos, sabemos todo lo que hay que saber sobre la proporción Áurea, o Divina Proporción, pero mucho me tema que nuestra formación ha sido demasiado tontolona como para que nadie nos haya puesto en la órbita de algo que ha sido tan importante en la historia de la producción de artefactos por parte del hombre, y por tanto de la arquitectura. Los arquitectos contemporáneos suelen dimensinar las cosas o bien "a sentimiento", o bien según criterios estrictamente tecnológicos o tabulados: ideas como simetría, patrón o "trazados reguladores" suenan a pintoresquismos retrógrados que no hacen sino limitar la imprescindible libertad del proyectista. ¡De aquellos polvos vinieron estos lodos! Del mismo modo que pedir democracia exige estar a la altura de la responsabilidad que conlleva, dimensionar libremente y no sistemáticamente exigiría un talento del que casi todos carecemos. Y a este respecto obvio decir que tanto la simetría como el número Φ no son meros recursos de estética vintage, porque encierran muchas soluciones a nivel estructural, de soleamiento, de "organicidad", de ergonomía, puesta en obra, confort, percepción, y un largo etc. La evolución de las especies, que a fín de cuentas es el gran paradigma en aquello de "la forma sigue a la función", está plagada, de modo misterioso, de referencias a esas ubicuas proporciones. No insisto en el tema, así que os dejo este link por si alguien quiere empezar a informarse al respecto.
Vuelvo a Dalí: alguien tan aparentemente anárquico en su pintura como él, estaba muy interesado en el papel que las proporciones aureas han tenido en la evolución del mundo y el arte. Eminentemente, por razones muy similares a las mías, y que quedan muy bien resumidas en un aforismo de Einstein que, más o menos, dice que "lo más incomprensible del universo, es el hecho de que es comprensible": su naturaleza sigue una particular y misteriosa legislación, a la que nada escapa, y cuyo orden perfecto constituye en sí mismo una forma de divinidad. La Ley del universo no sería, para los físicos teóricos, una huella de Dios, sino que sería el propio Dios. En sus intercambios epistolares con científicos y geómetras, Dalí se revela fascinado por las propiedades y particularidades de la ley matemática, pero más aún por el mero hecho de su irrefutabilidad, misterio que ha constituído una forma de mística desde los tiempos de Pitágoras, y que actualmente me resulta mucho más interesantes que la otra mística, la de la pasión y el ego, de matriz cristiana. Bajo el aparente y caprichoso culto al sentimiento y la intuición de los cuadros del catalán, se esconde una adscrición secreta (y muy seria) al valor de la razón, los números y las ideas (que no son sino las dos caras de una misma moneda).

Comparto con Dalí otro gran interés: Las Meninas. Cito:

El comentario más llamativo lo hicieron dos de los artistas surrealistas más importantes: el pintor Salvador Dalí, pintor y el escritor francés Jean Cocteau. En una visita al Museo del Prado, un periodista les preguntó: ¿Qué salvaría del Prado ante un incendio?. Jean Cocteau tuvo una contestación realmente provocadora: Yo salvaría el fuego. La respuesta de Dalí no le fue a la zaga cuando dijo: Pues yo salvaría el aire, y más concretamente, el aire que Velázquez encerró en Las Meninas, que es el aire más transparente y de mejor calidad que existe.

Siendo Velázquez alguien tan grande, por supuesto que compuso su gran obra maestra siguiendo la Ley de las proporciones áureas, cuyos trazados reguladores ilustran este post. Supongo que muchos de vosotros, ante este cuadro, os habréis preuntado por qué existe tanto espacio vacío por encima de las figuras. Pues ahora ya lo entendéis. Aunque, por supuesto, existen muchas otras razones. Pero quiero dejar claro que la ubicuidad de phi no es una cuestión de superchería, superstición o conspiranoia cósmica, sino de orden y funcionalidad, lo cual lo convierte en una ley ciertamente divina pero completamente misteriosa.