lunes, 23 de febrero de 2009

cool ass
















Mongolo como siempre y dándomelas de guay, he venido a trabajar y el jefe no ha aparecido por ahora, y creo que no lo va a hacer. Mi relación con él es magnífica y le tengo muchísimo aprecio personal (él es lo que me ata a este trabajo, seguramente), nuestras sesiones de trabajo se suceden entre bromas, carcajadas y empatía, pero tiene la poco virtuosa costumbre de hacer su vida impetuosamente sin tener en cuenta a los que seguimos su estela. ¡Ay Carliños, estás como una cabra! Sus puteos respecto a mi incapacidad para el mundo automovilístico son punzantes, constantes, contantes y sonantes, por lo que su ausencia hoy me fastidia especialmente pues no puedo anunciarle con orgullo, como os anuncio a vosotros ahora, que por fín he aprobado el examen teórico. Toma ya. Los milagros existen (y no sólo para una starlette venida a mucho más como Penelope Cruz) y durante un tiempo no necesitaré comprar papel higiénico: tengo un modo muy innovador y deconstructivo para que el Código de circulación por fín me sirva para algo...
Así que ante lo aburrido de la mañana (debo ser de los pocos que se divierten más en presencia de su jefe) me he decidido a hablar un poco, en tan hollywoodiense fecha, de alguien a quien he seguidoa con amor y odio desde los lejanos tiempos (¡hace ya décadas!) del 2000 Maniacos: el crítico y ensayista Jordi Costa, que en su día tuvo ya un Maleducados, como Dalí.
Este señor ha dicho muchas tonterías a lo largo de su carrera, especialmente por culpa de su tendencia al amiguismo y colegueo con gente infinitamente más mediocre que él, y que le ha obligado a manifestarse fiel a lo más estéril de cierta cultura trash (Manuel Valencia y adláteres) que hace tiempo que debió dejar atrás. La bobada aquella del porno español, "la caspa", "lo friki" y "Kárate a muerte en Torremolinos"... en general lo más indigno y churrigueresco del universo fanzinero, siempre han sido un lastre para alguien de su inteligencia y sagacidad, que no deja de superarse en cada nueva aparición. Su etapa mondobruttera y en Cuatro fueron de lo menos interesante de su trayectoria (¿para qué obcecarse contra alguien tan inane como Amenábar?) y en Fotogramas en ocasiones hilvanaba puntos de vista un poco simplistas (no me gustó nada su crítica de 300) pero desde que escribe en El País, se ha convertido en el único crítico de cine fiable de España. Baste echar una ojeada a su impresionante y exacto comentario sobre Wall E o la crítica de El caballero oscuro, que comparto palabra por palabra. Desde hace unos años, Jordi ha crecido muchísimo como hombre de cultura, y no pierdo nada de lo que hace, pues su estilo escribiendo, los referentes que utiliza, los asuntos que trata y su relación de amor y odio hacia el espectáculo como hipnosis, son muy similares a los míos. Nos une el rollo nerd, y nadie ha comentado a Todd Solondz como el (este libro es muy pero que muy recomendable, que nos os eche para atrás su cochambrosa portada).
Justo lo contrario sucede con su némesis en el mundo Prisa, ese Vicente Verdú que con pomposa posmodernidad habla sin decir nada sobre los asuntos que deberían cubrir gente preparada como Jordi Costa. Pasmado me quedé ayer leyendo la inenarrable sucesión de sandeces que Verdú publicó en el delirante EPS a costa de la crisis, en el artículo más trash que haya leído sobre tan espinoso asunto. Empapado de progresía y populismo polanquil, el tan moralista como passe Verdú se saca de la manga una retahíla de sisentidos sobre la solidaridad global, la culpa y la redención torpemente maquillados con lenguaje web 2.0 pero completamente carentes de seriedad o distanciamiento, en un perverso ejercicio de apropiacionismo de la terminología de los posmodernos (hiperdemocracia, conciencia global, conocimiento compartido...) para darles la vuelta y ponerlos en orden bajo un esquema moral completamente católico: culpa, materialismo, frivolidad, individualismo, consumismo. No me siento capaz de explicar por qué este tipo de cosas me ponen de tan mala hostia: será por el modo en que subtrerráneamente mantienen el status quo sobre "lo positivo" y "lo negativo", por la siembra de ficciones colectivas supuestamente progresistas pero completamente arcaicas, o por la necesidad patológica de legitimar a personas o acontecimientos mediante su descripción como héroes y leyendas.
Leo todo lo que cae en mis manos respecto a la crisis, siguiendo un criterio muy rígido: me tomo en serio todo lo que se va diciendo, excepto lo que se dice en El País. ¿Cómo es posible que le encarguen ese artículo a una vieja gloria como Verdú? Este pobre hombre lleva años pretendiendo seguir en el candelabro con sus ensayos sobre el mundo post-mundo, edificando un discurso cuyos débiles cimientos (el buenrollismo humanista y falaz de lo Prisa) le perpetúan como mismo perro con distinto (y posmoderno) collar. Como el partido demócrata americano, ese rollo de grandes gestos y palabras dogmáticas sin nada detrás, al servicio de ese nuevo burgués que habla con su hijo Erasmus a través del messenger y se apunta a todo lo que huela a fenómeno pásalo. Me está costando mucho enterarme de una vez de que el mundo es duro de mollera, y que en ningún lugar nunca nada cambia.
En fín serafín. Será cuestión de apuntarme de una vez al rollito de Wired, que a ver si la sacan en castellano de una vez, porque si en USA se atrevieron a sacar un número con Rem Koolhaas ejerciendo de curator, aquí podrían hacer lo propio con Jordi Costa como maestro de ceremonias.