viernes, 6 de marzo de 2009

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En una villa (eufemismo de pueblecito venido a más) de la Galiza más apostólica de los 80, el modo más natural para comprobar la existencia de algo tan sencillo como el vello púbico, era el trapicheo de revistas de putas en el recreo. No creo que los verineses seamos una excepción excesivamente casquivana o precoz, pero en 7º del muy vintage EGB ya existía una red underground consolidada de contrabando de petardos de tonelaje ilegal, fichas trucadas de coches de choque, golosinas portuguesas de importación y, lo más buscado, revistas supercerdas malrobadas a algún quiosquero matusalénico o negociadas con un hermano mayor corrupto. Aparecer en el cole con prensa libertina era, además de la única muestra de interés por los asuntos de "los mayores", una hazaña de malote que te proporcionaba más amigos que los donetes. Recuerdo que el ocio de los chavales que en 1987 contaban 12 primaveras, consistía en: consumo patológico de golosinas fosforescentes, partidas al Shinobi y el Ghouls ´n Goblins, tortazos en la BMX inspirados por Los bicivoladores, y busca y captura de fotos marranas (hablo en tercera persona porque a nivel autobiográfico os remito al Cero en gimnasia).
Había revistas baratas y casposas (el LIB, la de Charo Medina, el Ratos de cama), pero el luxury del porno eran revistonas de importación con fotacas a toda página, textos en varios idiomas (excepcto las onomatopeyas orgásmicas) y precios prohibitivos, si bien en el submundo de los alevines fluían gratuítamente. Sus títulos importaban casi tan poco como el argumento de sus delirantes historietas, pero todos recordamos con alegría nombres legendarios de la contracultura teen como Rodox, Color Climax o Teenage Bestsellers, auténticas enciclopedias del erotismo más explícito y políticamente incorrecto, protagonizadas por starlettes afurciadas de aspecto putanesco, y chamaquitos panzones y paliduchos con el gañanómetro a nivel Guinness: un horror, pero en aquellos tiempos, una delicatessen sensual capaz de producir más de un síndrome de Stendhal.
La nostalgia es capaz de acursilizar cándidamente incluso los despropósitos más delirantes, y máxime en personas involucionistas como servidor, que conserva (hasta nueva orden) muchos de aquellos viejos magazines. El caso es que con el tiempo supe que la casa que producía el material era la indie CCC (Color Climax Corporation), editora danesa que fue algo así como una versión escandinava (y por tanto, mucho más cerda y cañera) del muy yanky imperio Hustler. La verdad es que su historia está plagada de detalles recordables a nivel pop: fue la plataforma de lanzamiento mundial de John Holmes, el debut de Rocco, el hogar de Tove Jensen (mini pelandrudsca casi enana a la que disfrazaban de niña), fue la única mayor del triple x que sacó material pedófilo, fueron pioneros en los travelos caribeños y el bestialismo... mucho más radical que su archienemiga Private.
Ya sé que vosotros no sabéis de qué os hablo, que nunca habéis consumido porno, pero recomiendo que le echéis un vistazo a algunos loops setenteros porque la estética es muy muy especial, muy particular. Como los videoclips de Air o una versión exploit de Cuéntame. Por si acaso, aquí tenéis algunos.