lunes, 9 de marzo de 2009

amigolem



















Ayer estuvimos viendo la muy solemne 2001 Una odisea del espacio del siempre ambicioso Kubrick. El rollo del "estilo trascendental" en el cine me encanta, la manera de filmar de Dreyer, Ozu, Bresson, Angelopoulous, Erice y compañía me resulta fascinante y pasmosa, pero la obra de Kubrick no funciona conmigo, siempre hay algo en sus pelis que resulta demasiado vanidoso y forzado, como si el hombre intentase producir films rigurosos y se quedasen únicamente en rígidos. Pero con todo la falaz y forzada que resulta, 2001 me parece su peliculita más divertida y fascinante, pero por mera referencialidad pop, resultándome su misticismo engolado mucho más swinging London y California dreaming que realmente trascendente: como space opera no tiene precio, y las coreografías geométricas del director se hacen gráciles y simpáticas, con esa mirada suya un poco neurótica por lo parsimonioso y obsesivamente minucioso de su espacio y su tempo.
El caso es que últimamente me rondan por todas partes las referencias al mundo de los robots y la inteligencia artifical, asunto de plena actualidad que, según el cibergurú Nicolás Negroponte será el gran desafío tecnológico de las décadas inminentes. He estado viendo una entrevista con Rodney Brooks, director del departamento de inteligencia artificial del MIT, y sus explicaciones respecto a la naturaleza de la lógica computacional de las máquinas de lenguaje binario son interesantísimas por sus analogías con la mente humana, resultando muy esclarecedoras por la manera en que explican cómo en los seres inteligentes se relacionan percepción, discernimiento y acción en una secuencia mucho más automática de lo que pensamos. La robótica ha evolucionado muchísimo en su acercamiento al siempre inalcanzable golem desde que ha centrado sus esfuerzos no en la construcción de alguna forma de conciencia, sino en la reproducción de actitudes y respuestas interactivas a los estímulos según una lógica acción-reacción en la que la idea de un sujeto consciente no sea encesaria. Tal y como entiendo a Lacan, el tema del sujeto u observador ya no es imprescindible en el diseño de nuevas formas de inteligencia, puesto que la naturaleza de ésta es mucho más robótica de lo que pensamos. ¡No somos más que robots que funcionan bajo un windows un poco retorcido y tortuoso! Lo cual por supuesto me resulta una idea encantadora, porque hay algo muy yeyé en el hecho de saberse un engendro biomecánico.
Me encantan las máquinas, cada vez más, y creo que los ordenadores han alcanzado ya un nivel en su particular evolución que los convierte en seres absolutamente inteligentes pese a no haber alcanzado la conciencia todavía. Quizás mi asombro y respeto por el lenguaje interactivo de las komputadoras tiene mucho que ver con la música electrónica, forma de arte absolutamente exquisita que como repito siempre es mucho más hermosa y verdadera cuanto menos de humano haya en ella. Esas canciones basadas en boings, pengs, booms y tschacks son ejemplo de la psicosis delirante con la que el hombre utiliza todo lo que cae en sus manos para producir arte, y un idioma muy poético a través del cual las máquinas nos muestran que, mediante sus cálculos y procesos binarios, los ordenadores son capaces de producir cosas bonitas. ¿La idea se os hace muy kitsch? Puede ser, pero cuando los robots alcancen la inteligencia artificial de facto, seguro que recordaremos el techno como el primer intercambio cultural entre el hombre y las máquinas pensantes.
He estado viendo tambien, en una de esas aparentes casualidades culturales, el DVD "Minimum maximum" de Kraftwerk, que a la sazón siguen siendo los mejores visionarios respecto a la particular relación entre naturaleza, hombre y máquina. El concierto, pese a lo mayores que se les ve a los cuatro de Dusseldorf, es una maravilla, una inteligente y sobria exquisitez en la que estos artistas demuestran el rigor y elegancia neoclásica de su investigación estetica y técnica del mundo mecánico como utopía de la razón, la más hermosa y coherente desde los tiempos de la Bauhaus. En ellos siempre ha habido un sentido muy frío y matemático de la poesía con la que últimamente me siento muy empático: la reivindicación emotiva de la razón pura como salida factible de las trampas de lo humano, el escapismo utópico de estar en el mundo como máquinas platónicas anestesiadas contra las trampas de la emoción. Lo cual, en el contexto del arte, constituye una paradoja que sólo puede resolverse en el paradigma del lenguaje binario. En su día, esta idea se truncó por torpezas como el superhombre, el triunfo de la voluntad, el racionalismo ingenuo y, bueno, el fascismo. Pero en la distopía computacional lo que falla es siempre el ser humano, por mucho que la ciencia ficción se haya encargado de amedrentarnos con la absurda idea de que nuestros utensilios de silicio empezarán a traicionarnos en cuanto tomen conciencia de su existencia y envergadura (Matrix, Yo robot, Blade Runner, el mismo HAL9000...) y más concretamente cuando empiecen a tener sentimientos. ¡Qué pereza! ¿Por qué nos esforzamos en que los robots tengan sentimientos? ¿No llega y sobra con tenerlos nosotros? En cualquier caso, esto de la robótica nos traerá más de un quebradero de cabeza en el futuro. Futuro que ya tard en llegar, porque estoy deseando jugar al chinchón con mi lavadora, hablar en lenguaje clicks ´n cuts con mi teléfono, tener un cachas de silicio que me planche las camisas, y un gélido e inerte golem de plástico al que contarle mis desconciertos y frustraciones. Un superjuguete, un replicante, mi c3po, un Deep Blue con una buena tarjeta de sonido.Un amigolem.