lunes, 9 de marzo de 2009

cine parabólico

















Las fuentes bien informadas que me sirven de brújula me habían descrito como un despropósito de tal magnitud el "Vicky Cristina Barcelona", que me ha sorprendido el hecho de que la peli me haya agradado. Desde luego será recordada como una de las mayores excentricidades en la trayectoria de un clásico como Allen, siendo como es un film muy menor y descaradamente zarzuelesco, pero en su mimesis autoconsciente e hilarante del pulp de sobremesa termina por dejar un sabor fráncamente agradable. Hablo de mí, porque sé que a la mayoría de vosotros os ha parecido (como en principio parece lógico) un descomunal truño.
Mi lectura es esa: se trata de un folletín de Woody Allen jugando a hacer cine femenino de Sesión de tarde, y aceptando desvgergonzada y descaradamente los topicazos kitsch de un género tan poco estimulante. De hecho, si esta película la hubiese descubierto zapeando en Antena 3 una sobremesa de Domingo sin conocer su autoría, me habría parecido un entrañable culebrón con abundantes detalles de inteligencia que la hubiesen desmarcado de ese farragoso hábitat televisivo. Quiero creer que la descomunalmente absurda España que describe forma parte de una estrategia estética de homenaje al cine bonito de toda la vida (las pelis de Blake Edwards, Doris Day, el turisteo de postal a lo James Bond, las películas-río a lo "Tomates verdes fritos"...) que no hemos de tomar literalmente, porque el delirio neoromántico de esa celtiberia retropop que se nos describe alcanza momentos de sanísimo sonrojo: los personajes españoles, recién salidos del Carmen de Merime o la Verbena de la Paloma; el viaje en avioneta a lo Michael Bay; el graciosérrimo momento "Eric Rohmer reinterpretado por Spielberg" en el que los protas se van a las afueras de Barcelona...¡a coger moras en bicleta por un paisaje pseudo irlandés!); los espacios en los que transcurre la acción (resumiendo: en BCN SÓLO hay edificos de Gaudi, España entera es la Toscana y no hay Macdonalds sino tablaos flamenquísimos)... quizás en otras latitudes hayan transigido, por puro desconocimiento, con el bucolismo pintoresquista de esta Españita legendaria tan Hemigway, y seguramente la intención de Woody al utilizarlo haya sido una apelación simbólica a un entorno paradisíaco (una especie de Temptation Island modernista) más enriquecedora que la mera descripción real de lo que es una ciudad como Barcelona.
Respecto al argumento, se trata de la versión más rosa y moñoña del eterno discurso del neoyorkino: la pareja burguesa es una institución ficticia condenada al fracaso por la impulsividad de los amantes, pero resulta cómoda y, finalmente, la mejor opción vital posible porque proporciona una estabilidad impagable cuando el amor fou y pasional sale por la puerta y la ternura y la compañía entran por la ventana. La misma enseñanza moral (ya empieza a resultar reiterativa) de, que yo recuerde, Maridos y mujeres, Hannah y sus hermanas, Delitos y faltas o Match Point: gente inteligente y de vida cómoda, pero asustada ante el sedentarismo inherente a la pareja, pone en peligro lo confortable de su cotidianeidad cuando un amor destructivo se cruza en su camino, pero todo vuelve a su cauce normal en cuanto los protagonistas ven la luz de nuevo y rehacen sus vidas desde la serenidad y la sinceridad con uno mismo. Ni entro ni salgo en la validez de dicha ética, porque en estos momentos el arte como construcción moral no me interesa nada en absoluto.
He observado que, con los años, muchos grandes literatos (y ahí incluyo a escritores, cineastas, cantautores y pintores) en cuanto alcanzan cierta edad aligeran su discurso, supongo que con geriátrica sabiduría, y convierten sus obras en parábolas morales adoctrinante obviando matices y en las que, ante todo, se celebra la sensualidad como un contínuo y divertido jueguecillo cotidiano sin mucha importancia. Pienso en las últimas pelis de Rohmer, en los "discos adultos" de Paul MacCartney, la última época de Fellini o Bigas Luna, o incluso en Neil Young más aburrido; es cumplir los 60 y ¡¡poff!! todos ñoños contando las maravillas de la locura y el amor y el sabor de la papaya verde y todas esas cosas, sin muchos miramientos. Lo cual en ocasiones como ésta resulta muy simpático y guiñolesco: el perenne viejoverdismo de Allen y sus musas (inenarrable lo pánfila que resulta su reflexión sobre las relaciones a tres bandas), el "Síndrome de estudiante Erasmus" cuando Vicky habla con su novio, que está en la esquina más fea de NYC mientras ella degusta pan tumaca en una terracita condal; Cataluña con overbooking de curators, setentones fashion y ancianitos salidos de "El viejo y el mar"; lo rubia tonta que es Scarlett a lo largo de todo el metraje... Una frivolité loquísima y desmadrada en la trayectoria de Woody, que quizás en este tipo de zarzuelas kitsch alcance una segunda juventud que, desde luego, no va a encontrar en las más innecesarias y tontorronas "comedias inteligentes" para estudiantes de arte que nos regalaba últimamente, y en las que la angustia por mostrar constantemente su autoría jugaban muy en su contra. Olvidémonos pues de la parábola moral y quedémonos con el lado petarda que se ha sacado nuestro neurótico favorito de la manga.
Por cierto: Bardem está todo lo ridículo que su ridículo papel requería. Penélope, perfecta en su cliché de Sofía Loren histérica, guapísima y esforzadísima por hacer un Papelón (lo que no quita que hoy en día se regalen los Oscars). Scarlett, sexy y oscura como siempre. Y Rebecca Hall, por mí desconocida, toda una revelación, de lo guapa que es y de lo riquiña que resulta.