martes, 16 de diciembre de 2008






























Hubo un tiempo en el que mi identificación con todo lo que tuviese que ver con la Factory de Warhol era absoluta y a todos los niveles. Aquella mezcla de oscurantismo urbano, decadencia, individualsmo, glamour, ironía y absurdo que se dió en llamar "lo arty" resultaba tremendamente seductor: era una forma de estar en el mundo aparentemente subversiva y radical, pero eminentemente lúdica y divertidísima: la Factory combinaba cortos experimentales en super 8 ridículamente pretenciosos, con la idolatría al dinero y la cultura de las estrellas mediáticas. Los losers de manhattan con starlettes europeas de belleza ultraterrena, el rock cavernícola con proyecciones posmodernas en congresos de psiquiatría... su absoluto desinterés por cualquier pretensión de activismo político o de vanguardia en el sentido moderno, les daba un carisma egoísta y dandesco que a todos los que nos sentíamos fuera de la sociedad nos hacía sentir maravillosamente bien. Parecían decir: ya que el mundo es una mierda y las ciudades un infierno, haz lo que te apetezca, sin moral, sé egoísta, no te preocupes por nada, sigue tu propio camino, acércate a toda la gente excéntrica que puedas, no pidas ni des explicaciones.
Por supuesto, en cuanto se escarbaba un poco en todo aquello afloraban historias bastante sórdidas de personajes cuyo único interés era escapar de la sociedad rural que les había alumbrado, trastornos emocionales severos, y un desencato profundo con la vida posmoderna, de la que se empapaban sin pasión auténtica. Baste ver aquel viejo documental sobre Warhol, "Heart of glass", en el que se mostraban las miserias de un pobre chico provinciano que entre neurosis y aburrimiento se pasó toda la vida intrigado por saber lo que es el más leve sentimiento de amor. O por supuesto el grave y recomendable "Nico Icon",en la que las derivas culturetas de la diva se reconocen más como palos de ciego en busca de un lugar oblícuo en el mundo que de un verdadero ánimo artístico.
Lo que me gusta de laFactory y de Warhol, es lo de triste y pavoroso que puedes ver en su historia. Y por supuesto, esa incomparable estética del "cine underground" que surgió de sus paredes: gafas negras en las aceras nocturnas, chupas de cuero, libros europeos, ropa usada, ancianos bizarros, imagen carbonizada del super 8, flashes y cortes. Todo lindísimo y tan moderno como el primer día.
El problema son los imitadores que se han quedado con la superficie sin haber siquiera rayado la triste profundidad de los originales. Toda esa modernidad de revista trendy, las fiestas guays en Barcelona, los Strokes, Greg Araki y Harmony Korine, Gus Van Sant, Joy Division... y merluzacos de primera categoría y de toda índole, que de cuando en cuando se presentan en sociedad a través de ambientes de activismo contracultural guay, pero sin tener absolutamente nada que decir. Como por ejemplo, un elemento como don Bruce Labruce, de quien me he metido un absurdo e inservible minimaratón, atraído por la pomposa reivindicación de sí mismo que el menda hace en cuanto puede.
A ver: este chico, procendente de los lupanares gays más tirados de San Francisco y vinculado a una forma un tanto posturera de ultraizquierda de revista de tendencias, pretende facturar un cine que despierte conciencias desde una industria tan poco dada a las artistadas como la del porno. Apunto que para comprender el magnetismo telúrico y esencialista que produce el cine para adultos, podéis echar un vistazo a ese ensayo ingeniosísimo y perspicaz que es "La ceremonia del porno": la madeja subversiva de las películas X tiene suficiente calado por sí misma como para intentar elevarla mediante rocambolescas y autoconscientes estrategias desde fuera de sus límites. En realidad, el porno como realidad subterránea y cotidiana no interesa lo más mínimo a Labruce, que tontamente y muy en sintonía con la supuesta intelectualidad de cuarto oscuro de la que proviene, parece querer decir que el sexo y más aún su representación sean armas de calado político sí sólo sí se las contextualiza en el discurso canónico de la revolución urbana canónica, con sus límites, sus ideólogos consensuados, sus fronteras psicogeográficas y sus herencias estéticas. De este modo, en ese absurdo y deslabazado manifiesto queer que es "The raspberry reich", se utiliza con promiscuo descaro la estética Baader-Meinhoff, el grunge de college de la costa este, aforismos de Marx, memorabilia antiglobalización, referencias a las vanguardias y psicoanálisis parvulario, en medio de una inconexa y desestructurada ensaladilla de felaciones, polvos feos, estética leather y electrorock de la MTV. De un modo tan torpe que da la misma vergüenza ajena que un episodio cualquiera de "Los Serrano". Lo que incluso desde planteamientos tan delirantes podría tener una justificación si desde su materialización se consiguiese matizar la intención de partida, queda convertido en una lamentable bazofia para universitarios con ganas de mambo, por culpa de un lenguaje cinematográfico penosísimo. Pero penosísimo: infra-Serrano, para entendernos.
"Hustler white", otro de sus productos, no era más que un tedioso y en el fondo sensacionalista juguetito emoc ionalmente inerte en torno a las desventuras de un chapero, y quizás la únca peli suya que os recomendaría ver (si no tenéis nada mejor que hacer) es "Super 8 y medio", auténtica subnormalidad de arte y ensayo fanzinero cuyo mayor mérito es la fidelidad elocuente a la estética Factory de la que hablé al principio: como juego referencial a la autoficción de Fellini no tiene el menor calado, y como expresión de las barricadas homosexuales capitalinas su elocuencia es nula, pero divierte el sano descaro con el que Labruce se aferra a la estética de puticlub posturbano y la egomanía del do it yourself. Eso sí, y para qué engañarnos: como todo lo que ha hecho, "Super 8 y medio" es una mierda de película.
¿Alguien se cree todavía la patraña esa de que el amateurismo punk es un arma revolucionaria? Cada vez me parece más evidente que la contracultura no tiene sentido si sólo consigue funciona en contra de, sin construir un discurso propio coherente y operativo. Lo más lo-fi de Araki, Korine o Solondz funcionaba porque conseguía edificar una teoría estética y una lectura del mundo que no necesitaba de la negación del sistema para resultar interesantes: no eran tanto una negación del estado de las cosas, como la afirmación de un estado nuevo. Eso es la verdadera vanguardia, en mi opinión. Rollo Warhol. No contar el mundo, ni buscarle las cosquillas sin más: el desafío es la construcción de un mundo nuevo.
Cosa de la que por supuesto Labruce es perfectamente incapaz. Pero de todos modos, no sé por qué he perdido mi tiempo viendo sus películas y escribiendo un texto al respecto. Seguramente es mejor callar respecto a las cosas con las que no estamos de acuerdo, y buscar la belleza en lugar de criticar la fealdad. Al menos, siempre y cuando no se trate de intrusismo y no se metan en tu mundo, porque ya tenemos suficiente bazofia en todo lo que queda fuera de él.