martes, 13 de enero de 2009

Que se mueran los feos























Hay un librito de Freud que a mi padre le parecía poco menos que la Biblia y que a mí me ha resultado muy simpático de leer: el "Psicopatología de la vida cotidiana". No os daré el coñazo con el contenido (una deliciosa y avispada identificación de fenómenos cotidianos asociados a pequeñas y entrañables patologías como olvidos, lapsus, despistes) pero sí me gustaría reivindicar algo muy significativo: el estilo literario del autor. Tal vez creáis que Freud escribe de un modo incomprensible y abstracto, y nada más lejos de la realidad, siendo él como era un personaje tremendamente literario pese a haberse formado como científico. Pero su redacción es muy tierna, al mismo tiempo confesional (seguramente de modo involuntario), precisa, elegante y carente de toda cursilería o manierismo: su uso del lenguaje es elegante y exacto, lógico, discreto, invisible y cultivado. Es el tipo de literatura que producían los universitarios en esa época; arquitectos, médicos o ingenieros, pese a ser hombres de ciencias, sabían de su papel de "hombres de cultura" (salvaguardas del conocimiento en un tiempo en el que el ciudadano medio no tenía acceso a él) y como tal se interesaban por todas las ramas de la ciencia, el arte y la filosofía. Cualquier manual técnico estaba minuciosamente redactado e impreso, con el mimo de un poeta. Las partituras se dibujaban con trazos firmes y sobrios, plásticamente irreprochables, y las cartas entre hombres cultivados estaban redactadas con una pulcritud y corrección que hacen que muy probablemente a nosotros nos resulten frías y distantes, cuando en realidad estaban generalmente cargadas de cariño, intensidad emocional y sentido de la amistad. Me encantan ese tipo de autónomos urbanitas del siglo XIX y principios del XX: un Doctor Jeckyl, un Dorian Gray, un Gustav Mahler, el mismo Freud, Modigliani, Pessoa, Unamuno. La belleza del anti-punk, del hombre ilustrado y mundano, anterior al imperio de los mass media.
Todo el siglo XX fue un veloz proceso de democratización de la cultura, en una silenciosa e imparable revolución del "hombre genérico" como portavoz de su propia verdad, que ha culminado, por ejemplo, en este y los demás blogs. Ayer leía en una entrevista entre Foucalut y Deleuze cómo ambos coincidían en alarmarse ante la proliferación de falsa cultura popular a través de semanarios y prensa de baja calidad, y de la necesidad de reivindicar la filosofía como una forma de saber de mérito, sin diluírla en discursos al nivel del hombre de a pie. ¿He oído fascismo? Efectivamente, esa idea elitista del conocimiento, una estratificación de la función "pensar", y que es identitaria y definidora de todas las grandes ramas del saber, ha traído no pocos quebraderos de cabeza a los filósofos posmodernos, que a base de escapar de cualquier forma alienante de cultura, huír de estructuras de pensamiento excuyentes que se basen en "verdades absolutas", relativizarlo todo, reivindicar la capacidad revolucionaria de lo cotidano y al mismo tiempo rechazar la cultura de masas, se ha quedado como una madeja de ideas críticas con escaso calado propositvo. (quiero decir: un Koolhaas o un Lyotard criticar, critican mucho; pero proponer alternativas sólidas, mucho menos). Y en una filosofía que se complace en su natural bipolaridad.

¿A dónde quiero llegar en este post? Yo mismo he sufrido la esquizofrenia de adorar la idea punk de "hazlo tú mismo aunque no sepas", y al mismo tiempo despreciar profundamente los resultados de la mayoría de las bandas que nacen de ese punto de partida, presicamente por no saber hacerlo. De reconocer la extraordinaria belleza de la arquitectura popular, y simultáneamente aborrecer la inerte mediocridad de lo que veo que construye el hombre de a pie. La incompatibilidad entre desear que "todo el mundo pinte y se exprese" y mostrarme tremendamente exigente con el mundo del Arte museístico. Entre Bergman, Tarkovski y Rohmer versus Michael Bay, John Hughes y Ben Stiller. Ahora bien, tengo algo muy claro: si tuviese que sacrificar uno de esos mundos, el de la cultura a pie de calle o el de las élites ilustradas, prescindidría del primero. Soy elitista y el arquetipo en el que me siento más cómodo es el del snob.
El snob es el que hace de puente entre la alta y la baja cultura. El más fashion, porque está más informado que el proletario (odio el eufemístico uso de esta palabra como si fuese un piropo: lo que tiene de reivindicable, lo contrapone siendo una suma de personas abominables) y se viste sin tapujos como en las pasarelas de Amberes, pero en la Ronda de Arteixo. Sólo consume música moderna recién llegada de Londres y Berlín, al mismo tiempo que curiosea y selecciona entre los hits de la radiofórmula. Lee blogs argentinos de vanguardia ecológica y se resiste a abandonar la ciudad como espacio natural de la vanguardia y la disidencia. El snob ha estudiado y seguirá siempre haciéndolo, al mismo tiempo que se interroga por la natural sensación de ignorante felicidad que percibe entre los miembros más enxebres de su familia. Odia a las starlettes vulgares operadas y de gimnasio, mientras hace lo posible él mismo por sentirse atractivo y juzga como insoportable la fealdad.Y, para más inri, no tiene mucho dinero porque no tiene ni tiempo ni amigos de los que sacarlo, pero le encantaría tenerlo y no duda de la buenísima vida que sin complejos obtendría de el. En ese esquizofrénico bando estamos casi todos los que leemos este blog, aunque probablemente os desagrade la palabra snob. Pero a ojos de los demás, lo somos: "Mira, ahí va un snob". Somos muy pocos, me doy cuenta. Yo no dudé en llamarme nerd, y ahora no dudo de mi orgullo de snob. ¿Qué hay de malo en ello? ¿Que alguien piense que "vas de guay porque ves pelis raras"? Pues tío, sí, lo siento: soy guay porque veo pelis raras. Faltaría más. ¿O sería más guay si me gustase Belén Rueda? El matiz despectivo viene al pensar que el snob es un impostor: creencia miedosa del panoli de clase media que asume con recelo que alguien tenga intereses diferentes a los suyos y, para más inri, intereses que sabe que son más elevados. Recelo que nace de la vergüenza y la culpa.
Obviando la tontísima definición que aparece en la wikipedia, lo mejor que he encontrado en la red para explicar el origen del snobismo es esta:
"Con la inclusión de escolastismo en la vida social inglesa, las universidades de Oxford y Cambridge se vieron obligadas a aceptar a estudiantes cuyas procedencias sociales no fuesen nobles, de ahí que "sine nobilitate" o mejor aún s/nob (como abreviatura) fuear firmado al lado del nombre en el libro de registro para aquellos que no siendo de cuna noble habían matriculado en tan alta casa de estudios. Con el tiempo se continuó utilizando pero ya para designar -un poco despectivamente- a los que "sin ser" quieren aparentar más."
Esa es la definición que reivindico para el snob contemporáneo, que como vemos tiene su origen en los primeros momentos en las que hubo un tímido intercambio cultural entre la aristocracia y la burguesía. El uso despectivo del término, que ahora suele aparecer en boca de la gente de menor calado intelectual, fue paradógicamente inventado por "los de arriba", aquellos que veían tambalearse su monopolio de lo cultural por la aparición guerrillera e intrusa del snob, como ladrón de su poderoso tesoro. Pero hay un sentido muy profundo en el término, que lo emparenta con el "Dandy" en el sentido de Baudelaire: aquel que considera que la excelencia en el conocimiento, las costumbres y la apariencia es "la única hazaña posible", una manera mundana y revolucionaria de negar la insoportable levedad de la democracia. Dandy, bon vivant, snob... son solamente matices de un concepto similar. El uso que se da a la palabra snob en la vida cotidiana es erróneo, puesto que el arquetipo al que suele referirse es en realidad al del poseur (este link es muy interesante).
De ese esnobismo viene, supongo, mi admiración por el final del siglo XIX y ciertos tópicos asociados a esa época: el psicoanálisis, Heissenberg, Seurat, Schiele, Rusia entera, las cartas que se escribían tan cargadas de pasión fría, la desaparición de la aristocrácia, "Fanny & Alexander", el tiempo perdido, los autónomos, Viena... y hasta casi Mayo del 68: la etapa decadente de la "alta cultura" y su disolución en los medios y lenguajes más populares, el fín de la verticalidad social en el pensar. Fue un proceso muy interesante que ha dado momentos muy intensos y creativos (especialmente en arquitectura moderna y en filosofía) y del cual los únicos supervivientes que no han sucumbido a la polarización entre el catedrático del mundo académico, o los lodazales de la infracultura de politono, somos los snobs. Cuatro gatos avergonzados de serlo, y con la fealdad de la realidad cultural de la clase media queriendo fagocitarnos. Casi todo lo que me gusta comparte esa bipolaridad: Oscar Mulero, la Factory, Stephin Merrit , el psicoanálisis, los buenos arquitectos, Steve Reich, Fantagraphics, los blogs. Los de enmedio, lo que debería ser la auténtica clase media y NI DE COÑA es: supongo que soy un elitista resentido, que aprende a obtener cierto placer de sus diálogos democráticos. O algo así, no sé: el mundo es una mierda, ese tema creo que ya lo tenemos claro, pero aún tenemos mucha guerra que darnos a nosotros mismos escupiendo a ciertas imposiciones de "la inercia de la vida" a través de nuestro esnobismo, precisamente porque los que nos acusan de serlo son gente de una mediocridad absoluta.