sábado, 3 de enero de 2009

La ciudad de los gatos
























Hace ya mucho tiempo que hemos permitido que los gatos cohabiten con nosotros. Durante siglos, hemos tenido a estos felinos en nuestras granjas, en las casas y palacios, en el santoral de muchas culturas, en nuestras calles. Los hay muy bien alimentados y atendidos, pero otra ingente cantidad malvive a duras penas entre enfermedades, superpoblación, hambre, fatiga y frío.
Hipócritas burgueses como siempre, nos autoengañamos al decirnos que así es como les gusta vivir a los gatos. Que, sencillamente, son así por naturaleza: su curiosidad, individualidad y temeridad les obliga a vagabundear y buscarse problemas contínuamente. Con esta excusa los mantenemos subyugados y divididos, obligándolos a vivir en nuestras ciudades, a "okuparlas" y adaptarse a ellas. Pero ellos no quieren eso: ellos quieren vivir en una Ciudad de los Gatos.
Los arquitectos contamos con conocimientos más que contrastados para planear su urbanismo. Escuchando las sugerencias e indicaciones de zoólogos y biólogos (expertos en las contingencias gatunas), y aplicando nuestra ciencia exacta de la Belleza Universal, podríamos proyectar amplias y luminosas avenidas en las que los mininos pudiesen recostarse y descansar, pero tambien delicadas y recoletas callejuelas que permitiesen a estos animales jugar y esconderse lúdicamente. Hermosas construcciones perfectamente calefactadas permitirían a los gatos descansar y comer en tranquilidad, asociarse del modo que mejor consideren y elegir entre una u otra madriguera en función de las preferencias de casa uno. ¡Los arquitectos estamos acostumbrados a proyectar con mucha flexibilidad!
La ciudad de los gatos utópica sería maravillosa, y aglutinaría las últimas vanguardias en fractales, vidrio estructural y bioconstrucción; podría ser la Venecia del siglo XXI, hito y símbolo, realidad y ficción, superestructura y superparticularidad.
Habría que buscar un lugar para implantarla. Con el actual colapso inmobiliario, no sería difícil encontrar amplios solares a buen precio y perfectamente comunicados, por más que durante un tiempo hubiese tensiones con los actuales ocupantes de esas tierras: en el mundo rural se tiene otro concepto de los gatos, y una ciudad para ellos parecerá una idea delirante y "urbana". Eso se solucionaría en cuanto comprendiesen las grandes ventajas de convertir la Ciudad de los Gatos en un lucrativo y mediático centro turístico internacional. Habrá que ir pensando en proyectar un aeropuerto.
Encontrar una financiación que avale la idea no habría de ser demasiado problemático ahora que la banca está revolucionada en la busca y captura de chollos. Algún financiero estaría dispuesto a responder, bajo la condición de hacer un plan de viabilidad económica. Habría que reducir al máximo el gasto del proyecto, estrechar las calles y achicar las construcciones, aumentar las alturas y menguar las zonas verdes. Esos barrios no auyentarían a los turistas, pues estos se mantendrían apartados y dedicados al disfrute de los monumentos gatunos.
Dada la gran cantidad de felinos que acudirían a buscar allí su morada, sería necesario instaurar un gobernante, algún tipo de alcalde o similar. Debería ser una de esas personas que por su naturaleza ama a los gatos y está muy interesada en su bienestar y confort. Esta persona, de buena fé, se daría cuenta de que los gatos en ocasiones tienen costumbres incómodas (luchas entre ellos, violencia con los cachorros, territorialidad, jerarquías...) e instauraría una Ley, por el bien de los gatos que en ocasiones son víctimas de su naturaleza. Para garantizar su cumplimiento, instauraríamos un sistema judicial y penal, con su propia policía.
El mantenimiento logístico de la masa minina seguramente ha de ser muy caro, por lo que de algún modo ellos han de contribuír a financiar los gastos. Se les obligaría a mantenerse siempre limpios y atentos con los turistas, a aprender alguna habilidad circense, y en ocasiones a cazar nuestros ratones. Probablemente ellos se nieguen e intenten escapar, vaguear líbremente y aprovecharse únicamente de las ventajas de la Ciudad de los Gatos sin cumplir sus obligaciones. Para evitar conflictos al respecto, se conseguiría mantener a los gatos en el lugar asignado convenciéndoles de que todo lo que queda fuera de su urbees peligroso, maligno y falto de confort: se les diría que en algún lugar no muy lejano existe una Ciudad de los Perros perfectamente organizada para atacarles en cualquier momento. Organizar un ejército de gatos haría la idea más creíble, además de resultar lucrativo para nosotros. Por desgracia los gatos no disfrutan viendo la televisión.
Si la ciudad tiene el éxito que intuyo, en un corto plazo los gatos comenzarán a multiplicarse, quizás de modo incontrolado, y habría que buscar un nuevo urbanismo para albergar a toda la desbordada masa gatuna, manteniendo el atractivo para los turistas. Aunque quizá la superpoblación minina sea tan grande que el dinero no sea suficiente y haya que recortar gastos en sus necesidades. Tal vez en ese caso los gatos dejarían de ser cómplices del juego que por su bien les hemos planteado y que hasta ahora han correspondido, y empiecen a actuar líbremente ignorando nuestras indicaciones.
Puede ser, tal vez, quién lo sabe, que si así fuese habría una crisis.