miércoles, 22 de octubre de 2008

Chicos: todo el mundo a desear

Creo que ya he comentado en algún post que ando bastante pillado con el rollito humanístico-cinetífico de "Redes" y similares, y acostumbro a ver cada noche algún programita o documental al respecto. Soy de los que creen que en realidad nos buscamos la vida buscando algo parecido a "Dios", y tal y como está el patio de la tardomodernidad, los más convincentes en esa frivolité son los cinetíficos: cuando oyes a un físico teórico explicar esos descubrimientos lisérgicos sobre la naturaleza de la materia (básicamente: hoy sabemos que los átomos, la materia, no son objetos, sino algo muy parecido a únicamente información; ¿no os parece un cambio de paradigma bastante potente?) te das cuenta de que esta gente está llegando a sitios que encajan perfectamente con ciertas filosofías clásicas.
El problema es cuando entran los americanos en escena, y adaptan ese conocimiento científico a la disciplina cultural más típicamente yanky: la autoayuda. Que el estadounidense medio es un ser inculto, fácilmente manipulable, sensiblero, analfabeto y hortera es una realidad más que contrastada, pero cuando uno se encuentra en la carpeta Incoming una m-e-m-e-z del calibre de "El secreto" (la biblia audiovisual de la autoayuda new age para neocons de última generación) uno ya no sabe si sentir vergüenza, desprecio, risa o miedo. Es una película que hay que ver para creer, porque se trata de un impagable muestrario de religiosidad kitsch para mentes débiles y asustadas, que discurre como un ilustrativo muestrario de lo que en yankylandia se consideran "gurús espirituales": el viejecito de aspecto tierno que suelta aforismos de sabio anciano, el negro guaperas que demuestra que la espiritualidad te saca del gueto, científicos atolondrados y torpones de aspecto einsteniano, mamás white trash que han visto la luz, y por supuesto el gran arquetipo del pater familiae americano: el empresario millonario gracias a la confianza en sí mismo.
Lo primero que llama la atención en esta empanada buenrollista es la meridiana claridad y falta de pudor con la que se dirigen al espectador: sin cortarse un pelo, empiezan diciéndote que de lo que trata este método es de garantizar la felicidad, y por tanto, lo primero es hacerse millonario, con frases tan sutiles como "soy feliz porque vivo en una casa de 4 millones de dólares" (literal). El principio cutre-científico en el que se basa es un secreto transhistórico que hipotéticamente habría pasado de mano en mano entre los más grandes oligarcas de cada período, algo así como un Santo Grial de la espiritualidad, y con pompa newage se llama "la ley de la atracción" : viene a decir que si deseas suficientemente algo, lo obtendrás sin duda. ¿Que quieres una casa enorme? Pues cierras los ojos, te convences de que la deseas de verdad de verdad DE VERDAD, y en un plazo cósmicamente reducido dicha posesión será tuya. Todo ello argumentado (daquela maneira) por la citada pléyade de engañabobos a la americana, e ilustrada con esas imágenes tipo teletienda en la que alguien cambia del blanco y negro al technicolor a base de utilizar la susodicha ley de la atracción.
La película en sí es apreciable por lo torpe, ingénuo y mamarracho de sus falacias, y por lo graciosa que resulta tal acumulación de delirios a lo "Cuarto milenio para emprendedores creativos". Pero me ha inquietado, entre carcajada y carcajada, la sórdida y vulgar consecuencia de toda esta pantomima: es la cristalización en forma de manual espiritualista de uno de los cimientos de nuestra cultura capitalista: la salvación a través del deseo. Con falta de tacto se convence a la gente de que la plenitud se alcanza a través de la posesión, y para lograr esta el paso omnipotente es fortalecer hasta la obsesión el deseo.
Vaya. Justo lo que nos hacía faltaba oír: que no deseamos lo suficiente, y de ahí la mediocridad de nuestras vidas sin dinero. Nos hace falta desear, desear tanto como seamos capaces, transformar nuestra voluntad en puro deseo, rendirnos ante nuestro capricho y frotalecerlo hasta lo insoportable. Es, de este modo y con gran éxito (el film ha sido todo un boom en América, y aquí ya empieza a sonar fuerte en los suplementos dominicales) una peculiar mutación de los presupuestos del neoliberalismo (el consumo como pilar de la sociedad, las posesiones como armas de realización, el individualismo, la trascendencia a través de los objetos...) en una especie de seudoreligión, pésimamente argumentada, pero con capacidad más que suficiente para seducir a los millones de gañanérrimos que desean y vuelven a desear... en su shopping mall, en los escaparates, los gabinetes de psicoanálisis y los teléfonos de videntes televisivos. Se me hace triste y sórdido, y un tanto escabroso.
Si podéis, echadle un vistazo, e intentad que las inevitables carcajadas no os alejen de una mirada crítica, porque uno de los errores de los modernitos es el de reírnos de muchas cosas apelando a lo kitsch, legitimando de este modo atropellos cuya gracia última es francamente tenebrosa.