miércoles, 22 de octubre de 2008

Breves apuntes sobre la disolución del Yo





















Bueno gentuza, de lo que hoy se trata es de compartir con vosotros una experiencia de mística prosopoética de clase media finisecular de reinvención personal. Para variar, vamos. Una obrita de arte que en mí (como en mucha otra gente que, como yo, tenía los oídos pegados a la radio la noche del 3 de abril del 98) funcionó como pistoletazo de salida de una nueva manera de pensar, sentir y vivir la música: esta sesión de Oscar Mulero en Radio 3.
Supongo que todos estamos de acuerdo en que hay momentos en la historia del arte que, independientemente del gusto personal, tienen una potencia y trascendencia tales que reinventan por completo la idea previa de Arte que hasta ese momento se tenía. Vanguardias al margen, mi obra favorita en ese sentido es y será por siempre las Meninas, cuyo impacto hubo de ser tal que por fuerza transformó al espectador de su tiempo. Ese cuadro se inventó un hombre nuevo, una nueva manera de contemplar y habitar el mundo, puso encima de la mesa una nueva subjetividad y todo lo anterior fue, de repente, historia. Un pintor de esa época no podía seguir pintando como si "Las meninas" no hubiese existido, para bien o para mal esa pintura era un cambio y una pérdida de ingenuidad tales, que los asuntos principales del Arte de repente fueron muy otros: el cuadro de Velázquez no era expresión de su subjetividad, sino una reinvención del papel de toda subjetividad. Bien. Pues en mi opinión, el único momento de ese calibre que ha vivido nuestra generación fue cuando el proletariado adolescente de los 90 se apropió de la vanguardia musical académica de la segunda mitad del siglo XX, la filtró por los ordenadores, y dijo "vamos a hacer con esto algo muy divertido". De repente, lo que en manos de los dodecafónicos, de los minimalistas, los músicos concretos y los electroacústicos eran ejercicios académicos de "rata de biblioteca" para cerebros privilegiados y oídos curtidos, estaba en la calle, en manos de la gente, de manera anónima, cobró vida, se transformó en folklore. Con todos mis respetos a Stereolab, el auténtico "John Cage Bubblegum" es el de Mulero. Quizás por eso al final el techno no logró convencer a la clase media: sólo funciona o bien con élites intelectuales, o con proletariado periférico que lo disfruta automáticmente y sin coartadas artísticas. (Nota a pie de página: mi creciente desprecio por las clases medias reafirma mi amor por esta música y su naturaleza primigenia revolucionaria).
Cuando descubrí el techno, me dí cuenta de que lo que ponía encima de la mesa (el caracter eminentemente físico de la música, la necesidad de una expresividad colectiva y no individual al modo pop, la obligación histórica de utilizar como herramienta expresiva algo tan cotidiano como los PCs, la abstracción como modo de escapar a las trampas del Yo) ya no había marcha atrás, allí estaba el verdadero eje central de la cultura juvenil de nuestro tiempo. Y no en Los Planetas. En miles de chavales españoles y europeos, sirvió para descubrir una sensibilidad nueva para un hombre nuevo, y desde esa óptica me parece infinitamente más trascendente que cualquier absurda exposición en el CGAC o la Tate.
En resumen, creo que la verdadera revolución del techno, en términos psicoanalíticos, es que no es la música del Yo, sino del inconsciente, apela a otra parte de tu espíritu,a algo anterior y superior a tu ego. Ya lo dice el título de un clásico de Regis : "Scape from yourself". Y ese surrealismo ready-made situacionista (toma ya) es el mayor ejemplo histórico reciente de arte parcipitativo y no individual (el hip-hop está pervertido por las letras, que siempre apelan al individuo y el yo consciente, y por tanto a la exclavitud). Yves Saint Laurent puede hacer una colección de inspiración dadá o Dior recuperar la estética del rock, pero ninguno de ellos podrá hacer nunca una colección de inspiración techno porque el techno, en su pluraridad, no tiene una estética.
Pero dejémonos de sermones y volvamos a esta sesión, que en España fue toda una pequeña revolución subterranea. Por aquella época, lo que escuchábamos los modernos era electrónica confortable y más o menos melódica en la onda de Daft Punk o el filtered house, mientras entre la clase trabajadora triunfaba el rollete valenciano-holandés de bruterío hortera carente de intención, con subidones y cantaditas. De repente, aparecía este señor que pinchaba música muy muy fuerte pero con una particularidad muy significativa: sus sesiones eran completamente planas. Ahí no había ni subidones, ni atisbos de melodía, ni apenas variaciones, y poco más que percusión y "sonidos encontrados" repetidos y secuenciados, sin apenas intención armónica: era algo muy seco, muy vacío, aburrido, no invitaba a escucharlo, no era nada que se pudiese considerar "canciones". Pero de repente, escuchándolo apreciabas una narratividad, el hecho de que cada tema cobraba sentido solamente en relación al anterior y al posterior, perdiendo su identidad en aras de un ente superior que era la sesión completa. Escuchar techno era un cambio de chip completo, porque del mismo modo que en un film una escena no tiene sentido más que como parte de un todo, esa música que parecía tan aburrida e inerte, cobraba una nueva dimensión si se escuchaba la sesión en su totalidad. Casi nadie hacía el esfuerzo de escuchar las sesiones enteras, pero los que lo hacíamos salíamos transformados de la experiencia. Escuchar música hecha con loops no es algo nuevo (minimalistas fumetas los ha habido siempre: Terry Riley, Tony Conrad, Lamonte Young...) pero exprimir su capacidad física y catárquica como letanía liberadora puede interpretarse como arma revolucionaria (por su capacidad de despertar una subjetividad inconsciente y libre de toda injerencia socialmente impuesta) o como una payasada alienante (el techno es a fín de cuentas arte de drogadictos, que en última instancia son los grandes disidentes de la cosntrucción colectiva de lo real que construye el sistema). Mulero, según se comenta en los foros del ramo, es heroinómano, pese a que ésta es aparentemente la droga más alejada del techno. La mejor definición que he leído al respecto, es que la electrónica de baile hay que escucharla con el cuerpo, si bien esto hay que matizarlo porque a poco que uno se pare a apreciar sus matices y sutilezas podrá sin duda establecer un punto de vista dialéctico y hasta discursivo (que es la especialidad de la cas :-) ).
Por otra parte, cuando esto estalló nadie sabía de quién era cada tema, y eso resultaba tremendamente estimulante porque en este juego no entran las individualidades, si acaso la única es la del DJ,ya que a fín de cuentas cada uno era de su padre y de su madre. Lo que hace de Mulero el mejor del mundo es su tremebunda pureza, siendo aparentemente el más aburido: lo único que pincha este hombre es techno despojado de frivolidades o concesiones, sin ninguna búsqueda ni de comodidad ni de incomodidad, respetando su naturaleza abstracta. Y cuando digo el mejor del mundo lo digo con conocimiento de causa, y de hecho estoy seguro de que en Alemania están que trinan al saber que aquí en España tenemos al más depurado dj de techno de todos los tiempos: su estilo es el más seco y riguroso, el menos efectista, el único capaz de conseguir una tensión extrema utilizando un material gélido y sulfúrico.
El techno parte de la premisa (muy John Cage) de acercar el oído a una máquina secuencial y sorprenderse de la belleza de los sonidos que emite y la naturaleza rítmica de cualquier secuencialidad. De hecho, los que no estéis acostumbrados a este tipo de música y no sepáis cómo hay que escucharla (quizás el error es hacerlo como quien se acerca buscando lo mismo que ofrece el rock,) debéis escuchar ante todo sonidos y ritmos, y participar del estado de ánimo (inconsciente) que proporcionan, sin plusvalías emocionales de ningún tipo. La emoción es la que tú proyectes en la música, como en el arte abstracto, o la que encuentres espontaneamente, o la que... bueno, como demonios sea que funcionan estas cosas. Pero de lo que se trata ante todo es de una búsqueda de la belleza, de ese tipo de belleza que no tiene explicación pero que por el motivo que sea, y el cuerpo es emperador, funciona.
Todo esto empezó,para algunos de nosotros, el 3 de Abril del 98 cuando escuchamos en el programa de Sonia Briz esta sesión de Mulero. Todavía conservo el cassette en el que la grabé aquella noche, como algunas otras de esa época que igualemente sirvieron para introducirnos en cosas aparentemente más complejas pero que en el fondo son exactamente lo mismo: el ruidismo, los sonidos encontrados, Steve Reich, John Cage, la música concreta, el futurismo, el "arte en la calle", la participación ciudadana, el I-Ching, la vanguardia para la clase trabajadora, el do it yourself, la posmodernidad, la disolución del yo.