jueves, 22 de mayo de 2008

Super Madrigal Brothers



















...y una de arena.
Sin desdecir lo dicho en el post anterior, voy a recomendaros una locura arty die-hard: un grupo llamado Super Madrigal Brothers, que graban en el peculiar sello de Momus, American Patchwork, y que me vienen como anillo al dedo para poner en valor mi forma preferida de modernidad: lo excéntrico.
Este grupo, por ejemplo, hacen versiones de madrigales barrocos mezclados con noise y música concreta utilizando cacharramen tecnológico de derribo (móviles zaspatófono, casios semipodres, radios descascarilladas...) a medio camino entre el high-art de seriedad cadavérica y la bufonada pedantona del estudiante de Bellas Artes con ganas de montarla. Una locura más o menos lograda cuyo mérito principal es haber hecho algo que (casi) nadie había hecho con anterioridad y que, al margen de que nos guste o no (¿acaso sus discos son realmente para ser escuchados?... ¿o tan sólo para ser pensados?), multiplican por mil su valor musical por el mero hecho de existir. Son excentricidades, cosas raras, nos descolocan y hacen sonreír (en privado) y sacar la mejor pose Rockdelux (en conciertos en galerías de arte), son diferentes, dadaístas, pedantes y al borde del ridículo. ¿Alguien da más?
Me gustan los modernos que se pasan de listos y que la cagan pasándose tres pueblos en su pedantería. Al igual que los Dadá, muchos conceptualistas, el sello Rephlex, los super-8 de Warhol o las pelis de Kenneth Anger, ese rollete ultra-arty un poco paleto y un poco marisabidillo es una línea artística que siempre ha estado ahí y que espero que nunca muera, porque pese a que el 95% de lo que propone termina en el baúl de las rarezas sin sentido, el 5% restante suele germinar en la vanguardia que luego será tendencia. Por el camino, seguramente se pierde lo de fiero, cavernícola y humorístico que rodea al verdadero artista excéntrico, pero siempre resulta muy gracioso, al salir de una performance de este tipo o de un disco tirando a marciano, no saber responder cuando nos preguntan si nos ha gustado, dudar entre considerarlo una payasada sin sentido, o la repanocha revolucionaria que cambiará el mundo. Sólo por hacernos sentir esa duda tan incómoda (al menos hasta que una reseña de voz legítima nos dicte la ansiada respuesta que debemos dar) ya merece la pena disfrutar de todos los pedantones del mundo. Y además ese momento de duda, en el que te preguntas "¿me gusta?, ¿lo entiendo?, ¿de qué va esto?", es seguramente lo más poético e impactante que el arte puede provocar en nosotros.