miércoles, 2 de abril de 2008

lo real #2 : tom lord































































Tom Lord es un producto, pues no sé hasta qué punto es ya una "persona". A lo sumo, representa una nueva forma de humanidad, prototípica de internet: la de aquellas personas (como Cory Kennedy o el chaval australiano que organiza fiestas masivas desde myspace) que disfrutan de los warholianos 15 minutos de fama a costa de dar al mercado lo que pide renunciando a cualquier posición crítica con el mismo. Personas que se convierten en objetos fotografiables y en atracciones de feria.
En este caso, Tom era un actor porno muy del montón, que pasó por el ramo sin pena ni gloria, hasta que decidió tunear su cuerpo a niveles extremos y montar su propia web de temática "muscle worship". A base de entrenamientos extremos y drogas anabolziantes en dosis insanas transformó su cuerpo en una extraña y desagradable montaña de carne y venas, y su pene en un inútil péndulo de enormes dimensiones y eterna flacidez a consecuencia del uso de silicona y bombas de vacío. Hoy en día es una pequeña estrella en la red, gracias a esos videos en los que muchachos adoran sus músculos e intentan interactuar con un pene que no responde y que es ya completamente inerte.
Hay otros como él, pero ninguno ha llevado hasta su extremo la necesidad de internet de ofrecer siempre algo más fuerte que lo anterior. Carnívora y voraz, internet es a veces una truculenta feria de las vanidades que desvirtúa el sexo, el deseo, la autoestima y la relación del hombre con el mundo, cuando muchos de sus protagonistas se esfuerzan en convertirse en la atracción de la semana, el que más lejos ha llevado lo suyo, el que lo hace más fuerte, el que ofrece más cantidad más rápidamente, haciéndonos olvidar lo triste de sus motivos originales. El consumismo siempre se ceba en aquellos que tienen menos defensas psicoógicas, en los que más necesitados están de autoestima, y que como en este caso o el de Mike Salvini, son capaces de renunciar a todo a cambio de la sonrisa del espectador, sonrisa que a menudo está más cargada de desprecio que de admiración. Hasta el punto de convertirse en estrellas sexuales incapaces de practicar sexo.